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miércoles, 28 de noviembre de 2007

la violencia y la masculinidad en la sociedad dominicana

Clave Digital
Tahira Vargas
Antropologa e investigadora

La violencia y la masculinidad en la sociedad dominicana
El niño que no agrede otros niños se considera que no es “muy varonil” o se le discrimina porque se le considera “pendejo”. Los niños en nuestra sociedad buscan ser aceptados por sus grupos de pares mostrando su gran capacidad de “pelea”.




En estas últimas semanas se han producido acontecimientos que explicitan otras dimensiones de la cultura violenta que permea la sociedad dominicana.

Ahí están los ejemplos de las muertes causadas por peleas entre hombres, como la que ocurrió en la discoteca Loft, y las que ocurren diariamente en muchos lugares de recreación aunque no se conviertan en escándalo público.

Este acontecimiento junto al incremento de feminicidios, producto de la violencia intrafamiliar, tienen un elemento en común: la violencia ejercida desde los hombres hacia mujeres y hacia otros hombres.

¿Por qué los hombres en nuestra sociedad son los principales agresores?

La violencia y agresividad que practican los hombres en nuestra sociedad tiene que ver con la construcción de su masculinidad en su socialización desde la niñez.

En las observaciones que hemos hecho de la cotidianidad, tanto en barrios urbano-marginales como en estratos medios, podemos ver que a los niños se les educa para “pelear” para “defenderse” y para “agredir”.

El niño que no agrede a otros niños se considera que no es “muy varonil” o se le discrimina porque se le considera “pendejo”. Los niños en nuestra sociedad buscan ser aceptados por sus grupos de pares mostrando su gran capacidad de “pelea”, que no es más que su gran capacidad de responder “violentamente” en situaciones de conflictos con otros niños.

El tratamiento de conflictos entre niños se maneja siempre desde la violencia, los golpes. Los niños no desarrollan en nuestra sociedad la capacidad de diálogo y resolución de conflictos por negociación u otras formas pacíficas.

Las formas pacíficas de negociación de conflictos son percibidas como “actitudes de pendejos”.

Otra dimensión cultural que entra en la conformación de la masculinidad es el sentido del “honor” y .la “vergüenza”. El honor masculino en nuestra sociedad está basado en el orgullo como hombre y tiende a ser defendido violentamente, porque el uso de la violencia es, a su vez, un ejercicio de valentía. Estos símbolos culturales son parte de nuestra historia cultural.

En nuestra historia social las peleas entre hombres por defender el honor está relacionado con tres temas fundamentales: familia, territorio y pareja.

Los hombres dominicanos de zonas rurales y urbanas se peleaban en décadas anteriores (e incluso cientos de años atrás) con cuchillos, machetes toda clase de armas blancas por situaciones de conflictos relacionados con la familia, el territorio o la pareja.

Hoy en las peleas hay otras armas más mortales aún, las armas de fuego, las cuales son aún más efectivas en su condena de muerte. Y se mantiene el patrón histórico-cultual, la defensa del honor, de la vergüenza, que se expresa en “valentía” y “orgullo”.

Al cuestionar hombres de distintas edades sobre las razones para pelear, estos destacan que “hay que defender su orgullo como hombre”. Esta expresión es muy frecuente y denota el enraizamiento en nuestra cultura del sentido de “honor”. que es trascendental para la masculinidad culturalmente construida por nuestra sociedad.

Este sentido de honor es el que interviene implícitamente en las reacciones violentas de los hombres frente a la posibilidad de resquebrajamiento del mismo por una invasión de su territorio físico (que incluye hasta un roce o empujón) así como de una posesión de un bien o de su cónyuge que es percibida como posesión, “mi mujer”, o como también parte de su territorio físico.

Las reacciones violentas de los hombres dominicanos tienen en las relaciones de pareja este matiz aún cuando éstas supuestamente han finalizado por divorcio o por separación. El hombre sigue aferrado a la posesión de la mujer y entiende que debe defender “lo suyo” porque es una defensa “de su honor”.

A este elemento de asociación honor-violencia se le agrega en las relaciones de pareja la asociación amor-violencia que se construye desde la socialización en la niñez donde sus padres-madres le han propinado golpes con las llamadas “pelas”.

La presencia de las pelas genera en el hombre y en la mujer una legitimación de la violencia desde la afectividad. Amar y pegar van juntos y no se desvinculan en el proceso de madurez sino que quedan íntimamente relacionados a las prácticas afectivas y se reproducen por generaciones.

¿Qué hacer frente a la masculinidad construida desde la violencia?

La lectura y comprensión de la violencia masculina genera la necesidad de que se produzcan cambios socio-culturales en nuestra sociedad para que las nuevas generaciones de niños y jóvenes hagan rupturas significativas con estos patrones de violencia.

Tenemos que trabajar en la construcción de una nueva masculinidad, que esté basada en el desarrollo de capacidades de negociación y diálogo en la resolución de conflictos y que resquebraje las estructuras sociales y culturales que están asociadas al “honor” y la “vergüenza” desde la violencia.

La socialización desde procesos educativos formales e informales que muestre relaciones de pareja horizontales donde no se produzca la posesión de la pareja como objeto o como una extensión del territorio físico del hombre es una necesidad. Igualmente la ruptura con las pelas y los golpes como formas de castigo y de corrección desde padres-madres hacia hij@s. Mientras sigamos creyendo que con golpes logramos hij@s más educados estamos formando personas violentas, hombres violentos y mujeres víctimas.

Los juegos de niños basados en golpes, guerras, pistolas y videojuegos violentos deben ser eliminados de nuestras prácticas cotidianas. Debemos buscar que nuestros niños sean capaces de realizar juegos que desarrollen sus destrezas motoras, intelectuales y afectivas en otra dimensión.

Definitivamente, erradicar la violencia ejercida desde la masculinidad implica un cambio de cultura en la convivencia cotidiana.

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